miércoles, 28 de noviembre de 2007

Volver a empezar

El otro día pululando por el blog de Pipilota, y a raíz de uno de sus post, surgió un comentario en el que no sé cómo, acabé contando una anécdota que me había ocurrido cuando era pequeña con mi madre y el tema de la existencia de los reyes magos. Posteriormente, leí el comentario que ella había hecho al respecto que concluía diciendo: Tu madre es genial ;)
Últimamente he estado pensando acerca de la opinión que nos formamos de los demás a raíz de la información que recibimos de ellos. A mi nunca me ha gustado formarme una opinión precipitada de alguien, incluso me gusta dar segundas oportunidades a la gente que, en una primera impresión, no ha terminado de empatizar conmigo, trato de encontrar algo más que yo no he visto. Muchas veces ocurre que no es el día más apropiado para conocer a alguien nuevo, que no se ha dado la conversación más oportuna para que dos personas encajen de alguna forma.

En mi familia somos muchos hermanos, una familia numerosa de las de antaño. No somos del Opus ni nada de eso, como hoy se tiende a pensar cada vez que la cifra en el número de hermanos asciende de cuatro miembros, es que somos eso, una familia de antes. Mis padres son mayores ya, y en su época de procreación era bastante habitual constituir una familia numerosa. Las anécdotas que a mi me unen a mis padres son diferentes a las que les unían a mis hermanos mayores. Hemos vivido etapas diferentes, tanto sociales como políticas y económicas, en casa y fuera de ella, tanta mente viviendo junta produce muchas ideas, que a veces chocan las unas con las otras.
El hecho es que pensé que si en vez de contar yo la anécdota hubiese contado una de las suyas alguna de mis hermanas, quizá el comentario hubiera sido diferente. No porque el lector se hubiese dejado influenciar por mi, sino porque para mi, la heroína de mi historia era mi madre, y no yo, y ella es la que quedó ensalzada. Quizá en otra historia el comentario hubiese sido "Qué fuerte" o "No me lo puedo creer" o "¿Eso te hizo?" ...
No es que no me hayan ocurrido cosas criticables con respecto a mi madre, sí que han ocurrido, pero más allá de todas ellas me queda una persona luchadora, que ha cambiado con los años, que ha evolucionado con nosotros. Una persona a la que le cuesta hablar de sentimientos pero que, si le das la oportunidad, puede darte una lección de vida, una lección que quedará siempre en ti.

Una de mis hermanas, con la que he hablado bastante acerca de mi madre y lo que significa para cada una, los recuerdos que tenemos, se siente dolida con ella, al menos esa es la impresión que me da a mi en muchas ocasiones. Eso no significa que no la quiera, que no la ame con toda su alma, precisamente el dolor viene en muchas ocasiones de amar mucho a alguien que en algún momento no ha actuado como esperábamos de ella, y con la decepción viene el dolor, no el desamor.
Es evidente que sus experiencias han sido diferentes a las mías, quizá las mías hayan sido incluso más fáciles (por llamarlas de alguna manera) porque ella luchó antes que yo por ser ella misma, y eso abrió un poco más las puertas para que mi madre entendiese ciertas posturas con respecto a mi. El caso es que esa lucha se ha llenado en ocasiones de dolor, y ese dolor se ha llenado de anécdotas en las que no sale muy bien parada. Los amigos de mi hermana, sus seres más cercanos, tienen un concepto de mi madre totalmente diferente al que tienen los míos. Su trato con ella también es diferente al de mis amigos.
Pero, estamos hablando de la misma persona, ni yo miento en lo que digo ni ella miente en lo que cuenta. Ambas cosas ocurrieron y ambas ocurrieron con la misma persona, lo único que varía en esta historia es que los demás no hayan visto a alguien sin los prejuicios, positivos o negativos, que han llegado a sus oídos.

Los prejuicios no nos dejan avanzar, nos convierten en seres estancados que nos niegan la posibilidad de descubrir a alguien distinto con la misma cara. Es como cuando dejas tu ciudad y te vas lejos, a vivir, a trabajar, a estudiar ... allí conoces otra gente, tienes otras ideas, creces y superas los obstáculos que te impedían crecer, y te sientes a gusto contigo misma. De pronto un día vuelves, y ves a los de siempre, que te hablan como siempre, te tratan como siempre ... y tu sientes que nada ha cambiado, que nada cambiará mientras estés allí, que allí serás el mismo ser cargado de complejos que eras antes de marcharte. Creo que nada de eso ocurre cuando desaparecen los prejuicios, cuando desde el yo que eres ahora miras con nuevos ojos a los que dejaste atrás, cuando los que dejaste atrás encuentran en ti a otra persona y tratan de conocerla, olvidándo lo que antes veían en ti y que les incitaba a comportarse contigo de la manera que lo hacían.

No me importa las decisiones que mi madre tomase en un pasado porque tampoco me gustaría que alguien me juzgase a mi por las que yo tomé. Me gusta quedarme con la persona que es hoy, me gusta recordar lo que me enseñó y que hace que hoy sea lo que soy. No puedo hacer que los demás, basados en sus propias experiencias, tengan el mismo concepto que yo tengo de ella, pero me gustaría que se tomasen un tiempo para tomarse un café con ella y conocerla como persona, a la que es hoy, y luego formasen una opinión caduca que dure tan solo un día, para a la mañana siguiente, volver a empezar.

lunes, 26 de noviembre de 2007

El planeta no puede estar de acuerdo


Una grua gigante bloqueaba hoy una de las avenidas principales de este mi lugar de vida habitual. Cargaba uno de los enormes árboles navideños que están poniendo por todas partes. Todo son luces, colores, arbolitos y flores de pascua por doquier. Las conservas del super han dejado su sitio a los dulces de Navidad. Los turrones lo invaden casi todo, y la gente compraba este fin de semana como si el mundo fuera a acabarse. Siempre he pensado que si tuviese que ocurrir una catástrofe mundial la mejor época era la Navidad. Así al menos nos pillaría a la mayoría surtidos de comida, congelados y dulces super extra calóricos durante los primeros meses del años.
La Navidad ha llegado casi oficialmente. Aqui nos hemos dado cuenta por las bombillas que alumbran los comercios, por el abundante color rojo y verde que decora las calles, por las enormes gruas que traen árboles artificiales y las colas en los supermercados. Si no fuese por ese despliegue de objetos y comida a mansalva no habríamos tomado quizá conciencia de ello hasta, no sé, quizá hasta el 22 de Diciembre y su gordo de la loteria, que es cuando para mi empieza realmente la Navidad.
El tiempo, al menos por estos lares, no ayuda al consumismo exacerbado. El clima aqui es templado, nada de paisajes llenos de nieve, de gente con grandes abrigos y bufandas. Nada de nariz colorada, de guantes ... aqui hace sol, de vez en cuando llueve, sí, pero como si callese aún una tormenta de verano. Aqui hace sol, mucho, y pica, e incita a cerveza, a tapa, a paseos por la playa, pero no al turrón.

El clima está cambiando, entre otras cosas el uso de miles de millones de pequeñas bombillas alumbrando la cara rica del planeta no ayuda demasiado a que la navidad sea ese remanso de prosperidad y paisajes blancos que nos proponen. El clima está cambiando y su venganza es darnos un sol bestial en pleno Noviembre y un frio extrañamente atípico en las noches de agosto. Después de todo, no podemos esperar que colabore con nuestras fiestas de paz, amor y respeto cuando sabe que él será una de las consecuencias de que mientras reimos y disfrutamos del lujo que nos rodea, usemos el planeta como el contenedor de nuestros inútiles caprichos.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Bipolar


Pensamos, pensamos continuamente, la mente no descansa nunca. Pensamos lo que hemos de comprar para mañana, lo mal que nos ha salido el examen, las palabras recién oídas, las que nos dijeron ayer; pensamos el tiempo que nos queda para salir del trabajo, las ganas que tenemos de verle, pensamos para hablar, hablamos y pensamos qué hemos dicho.
Nuestra cabeza da a veces tantas vueltas, a tantas cosas; da tantas vueltas sobre las mismas cosas que nos hemos acostumbrado a ella, a escucharla, a que ella juzgue por sí misma como un ente independiente, como una conciencia automática a la que echarle la culpa cuando nuestros actos son reprobados por alguien, incluso por nosotros mismos: "Perdona, no sé en qué estaba pensando" "No sabía lo que hacía, se me fue la cabeza" ...
Es absurdo culpar a algo que somos nosotros mismos, que nos dicta el camino a seguir porque somos nosotros mismos los que tomamos las decisiones, no un ser lánguido y transparente ser que vive en las profundidades de nuestro cerebro, con vía directa a nuestros oídos, y que nos sopla la decisión a tomar, el camino a seguir.
A veces pienso que somos adictos a la bipolaridad, a las dos caras de la moneda, al ángel y al diablo que se posan en nuestros hombros a la hora de tomar una decisión, adictos porque somos criados en la continua tesitura de lo que queremos hacer y lo que nos dicen que debemos hacer. Con los años, llega el día en que tú, y solo tú, eres dueño de tus decisiones, de escoger el camino que debes seguir ... pero necesitas de esa bipolaridad, de esa dualidad ambigua que formamos en nuestra cabeza llamando conciencia a la que siempre acierta, locura a la que es impulsiva y suele equivocarse.
Yo quiero equivocarme, quiero equivocarme, quiero equivocarme ... y saber qué he sido yo la que me he equivocado, no ha sido el momento, no han sido las prisas, no han sido dos copas de más; saber que he sido yo, y que si te equivocas, la mayoría de las veces, puedes rectificar.
No soporto los dolores de cabeza procedentes de días dándole vueltas a las cosas por miedo a equivocarte ¿Quien dice que no necesitas equivocarte para hallar el camino correcto?

martes, 20 de noviembre de 2007

La clave


Me gustaría que alguien inventase un transcriptor de pensamientos, un aparato capaz de transcribir tus pensamientos al papel, tal y como asoman a tu cabeza, tal y como los piensas. Con sus exclamaciones indicando sorpresa, tristeza; con las dudas, con los interrogantes, los puntos suspensivos ... Ayer pasaron miles de cosas por mi cabeza, cosas que me gustaría que quedaran en alguna parte recogidas, dejarlas en un lugar de la memoria supone para mi el mismo riesgo que guardar unas fotos privadas tan profundamente que luego ni yo misma soy capaz de encontrarlas. La memoria y sus malas pasadas, acabas encontrando aquello que llevabas meses buscando justo en las manos de la persona de la que escondías lo que buscabas (esto es un recuerdo bastante antiguo referente a unas fotos un tanto divertidas (para mi), obscenas (para mi madre) que por supuesto yo escondí en mi habitación y acabó encontrando ella, no es que yo vaya escondiendo mis cosas a diestro y siniestro, no tengo tanto que ocultar).
El hecho es que las cosas en nuestra cabeza suelen tener más sentido que cuando decidimos escribirlas, en parte creo que ahí radica la magnificencia del buen escritor, en contarnos algo lo más parecido posible a como lo sintió, o como lo sentimos los demás, en el caso de que sea algo común, que suele ocurrirnos de manera parecida al resto de los mortales, como ... no sé, enamorarnos.
Hay días, como ayer, en que pienso miles de cosas, miles de dudas, de controversias, de estados de ánimo, de recuerdos; miles de cosas que veo, que oigo, que me cuentan, pasan por el filtro que mi mente establece y me apetece que queden reservadas en algún lugar, porque sé que algún día, al menos a mi, me gustaría retomarlas. Entonces se me pasa por la cabeza la escritura, el contar qué es aquello que estoy sintiendo y pensando ante millares de estímulos que, en ese día, me afectan más que nunca, quiero escribir los acontecimientos como si pudiera transformar las palabras en fotografía y el texto en un vídeo que fuese capaz de transmitir las cosas más allá de la idea, más allá del hecho. Pero no puedo, ayer no lo logré. Tampoco me puse ante el teclado e intenté transmitir lo que sentía en ese momento, porque las cosas, los sentimientos cambiaban al compás de los minutos. Ni siquiera lo intenté, sabía que no podría expresar lo que en mi cabeza cabalgaba libremente, y en parte, aunque hoy me gustaría que estuviese ahí, tampoco creo que sea fácil atrapar pensamientos y sentimientos que fluyen, que están vivos, que se transforman continuamente para pasar a otra cosa diferente, que centra de nuevo toda tu atención.

Ayer pensé miles de cosas, y no fui capaz de ponerme ante el teclado y dejar que mis pensamientos fluyesen desde mi cabeza hasta mis manos para que estas teclearan. Probablemente no hubiese conseguido transmitir lo que pensaba, aunque quizá hubiese descubierto la clave que usa nuestra mente para materializar en palabras sentimientos tan profundos que no encuentran palabras para ser descritos.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Cruce de caminos

Hay varias formas de estar incómodos. Una de ellas tiene que ver con mantener una pose corporal que no nos resulta agradable. Pudiera ser al sentarnos, sobre nuestras propias piernas, las rodillas se clavan al suelo y aparece el dolor de espalda, los pies dormidos, hormigueo, notamos la incomodidad de la postura; entonces nos sentamos en una silla, recto el respaldo, demasiado alto también. La cabeza choca con la madera y nos inclinamos un poco hacia adelante. El culo no está bien posicionado, falta el apoyo completo de glúteos, el coxis aguanta más peso del que debiera y empieza una incómoda sensación a recorrernos el cuerpo. Intentamos flexionar las piernas, no podemos, nos duele el culo. Las extendemos, chocamos con algo (o alguien), nos ponemos nerviosos, no sabemos cómo ponernos, empieza a picarnos algo, la espalda, la cabeza ... estamos incómodos.
La otra forma no tiene que ver con posturas, aunque sí con poses. Nos sentimos incómodos cuando estamos ante alguien o algo que no nos deja actuar de manera natural, cuando nos sentimos forzados por algo, cuando las palabras no asoman a nuestra mente y el silencio se convierte en una loza por la falta de confianza.
Según la RAE, incomodar(se) es causar incomodidad, molestia o enfado. Es cierto que a veces nos incomodamos por la falta de roce, por el choque postural entre dos personas tímidas, irregulares a la hora de romper el hielo. Otras veces, muchas de ellas, la incomodidad viene por algo más que por un sillón maltrecho o la espera dentro de un ascensor roto con tu jefe, al que nunca has sabido cómo dirigirte.
A veces, como define la RAE, esa incomodidad se siente debido a un enfado previo, a algo que te ha molestado y te ha colocado en una postura, quizá, vulnerable, que te hace sentir incómoda.

Cuando la confianza llega al límite de lo insospechado, cuando no son necesarias las palabras para entenderse, cuando los silencios no necesitan estar llenos de palabras para que sean confortables, ni las palabras necesitan estar llenas de frases e intenciones brillantes para que sean consideradas geniales ... la imaginación se apaga. Se apaga la capacidad para concebir una escena en la que esas dos personas no tengan nada de que hablarse, se apaga la capacidad de verte esquivando preguntas y reinterpretando respuestas que no te hagan sospechar de todo. Es inimaginable el momento de un cruce de miradas sin una sonrisa, de una broma sin su réplica, de un saludo sin sus saltos, sus besos, sus abrazos.

La confianza es un sedante necesario, pero que elimina algunas parte de nuestro comportamiento, de nuestro sistema de defensa con los desconocidos, cierra la puerta a la posibilidad de que el maravilloso sofá que hoy disfrutamos en nuestro salón, suave, cómodo, acogedor ... un día desfigure su silueta a base de bultos que provocan dolores en nuestro culo y muelles rotos que desgarran nuestros mejores trajes. Porque para nosotros, los humanos, resulta imposible imaginarnos una situación pésima con las mismas piezas del puzzle que un día encajaron. Nos resulta terriblemente difícil decidir que quizá la suma de nuestra cuenta no siempre da el mismo resultado, cómo podría ocurrir eso si somos los mismos números. Y el hecho es que parecemos los mismos números, pero no lo somos.
La definición que nos da la RAE, aunque parca en palabras, estática en su número de hoja del diccionario, expectante para ser leída por unos ojos ávidos de conocimiento, no está quieta. No es una definición estática, inerte, sino que está viva porque sus palabras indican movimiento. Enfadarse, molestarse conlleva ir a algún sitio, desplazar tus sentimientos desde un lugar de calma hacia un sitio en el que se muestran irascibles y vulnerables hasta el punto de mostrar antipatía o afectar físicamente, a tus músculos (que se contraerán y provocarán calor), a tus piernas ( que correrán tras el agravio, o darán media vuelta y se alejarán de él).
Si las palabras que definen el concepto incomodarse están en movimiento, el concepto en sí lo está, pero no por sí mismo, sino porque nosotros hacemos que mute, aunque esa mutación nos coja por sorpresa, y es que, aunque veamos los mismos números en la suma, aunque veamos las mismas piezas del puzzle, eso es algo ficticio, que solo ocurre por fuera. Exteriormente cambiamos con los años, interiormente somos capaces de mutar una y otra vez, varias veces en un mismo día.

A veces nuestro camino y el de aquellos que amamos se cruzan continuamente. Otras veces se cruzan para destruirse, y se alejan uno del otro, lejos, muy lejos, y al acortarse la distancia ves que los caminos, por muy cerca que estén, ya no están cruzados, solo son líneas que cabalgan juntas, paralelas. Esa es la mayor incomodidad posible, caminar por líneas paralelas, mirándoos a los ojos, y sintiendo que nunca más se cruzarán los caminos.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

De regreso a mi pueblo


Me he ausentado un tiempo de este espacio ya que he pasado los días libres de que he dispuesto en mi pueblo. Hacía tiempo que no iba por allí, un par de meses quizá. La hora aún no había cambiado y nuestro ciclo solar era mayor, más horas de luz, más calor, más gente en las calles.
Crecí en un pueblo del interior, un pueblo donde casi nunca pasa nada y las cosas que ocurren, muy de vez en cuando, solo aparecen en las páginas de sucesos o de fenómenos meteorológicos o geológicos extraños. Cosas que en cualquier otra ciudad están a la orden del día, allí no lo están. La calma monótona que rodea sus calles salpica a los pueblos de alrededor, y el divorcio de una vecina no solo es objeto de comentarios y entretenimiento de moda por unos meses, sino que además es considerado casi fenómeno paranormal para la mayoría de los lugareños, incluso los más jóvenes, que a pesar de hablar del tema con una aparente normalidad, no dejan de tener el tema como cabecera de su conversación, hay poco más allá de lo que hablar.

Cuando pasa el tiempo, y mi coche se adentra poco a poco por las primeras calles de mi pueblo, en un nuevo regreso, la realidad de sus calles, de su gente, choca en mis ojos dándome la sensación de estar adentrándome en un lugar aparcado en el tiempo. Las mismas casas, las mismas caras, las mismas ropas, los mismos grupos de ancianos sentados al ardor de los últimos rayos de sol que penetran en el parque, donde ven el tiempo pasar mientras conversan o juegan a la petanca. Trato de recordar cómo eran las cosas cuando yo vivía allí, la imagen del recuerdo que se forma en mi cabeza es la misma, las mismas imágenes (quizá con otras caras, entre ellas la mía), pero las sensaciones eran otras.
Siempre quise vivir fuera, tenía la sensación de que aquel sitio me quedaba pequeño, estrecho, como unos zapatos que tras estrenarlos tratas de adaptar a tus pies, pero no puedes evitar las rozaduras, el escozor, el ansia por correr descalza, por llevar algo con lo que te sientas más cómoda. Siempre supe que quería vivir fuera, pero era algo que sabía, no que necesitaba. Cuando pasas mucho tiempo lejos de sus calles, de sus costumbres, de sus horarios; la vuelta supone un choque impresionante. Pero es un pueblo que absorve, puedes llegar con ideas, y cambios, y mil cosas en la cabeza que van apagándose, fundiendose si pasas demasiado tiempo viviendo allí, la monotonía del lugar se apodera poco a poco de ti, de tu estilo de vida, y acabas siendo una triste sombra más que vaga por sus calles, que vive entre cuatro paredes cuando anochece (aunque esto suceda a las seis de la tarde). Te atrapa y acaba consiguiendo que vivas cómoda en ese esquema carente de miles de cosas, que antes vivían en tu cabeza y que ahora recuerdas como algo lejano. Dejas de pensar las cosas, la de cosas que se pueden hacer en otros sitios a esas horas, un martes a las nueve de la noche, y te acostumbras a la calma que da el silencio en las calles vacías, el sonido de la televisión, ventana tras ventana, calle abajo, el olor a comida que asoma por las rendijas de las puertas camino a casa.

Anoche quedamos para tomar algo los de siempre, los que aún viven allí, los que vamos de vez en cuando. Sobre las nueve y media conducía por las calles de mi pueblo vacio en busca de mi cita posterior. No había gente, no había apenas coches circulando, no había ruido. Apenas son dos o tres los bares que a esas horas puedes encontrar abiertos, o con pretensiones de quedar abiertos más allá de las doce de la noche. Cuando llegamos al sitio donde nos tomaríamos algo el panorama me pareció desolador. Miles de watios de luz, pantallas de televisión planas, panorámicas, emitiendo videos musicales, música de fondo ... era un bar, un pub más de los que puede haber a patadas por todas parte, practicamente vacio. Apenas había una pareja sentada al fondo y un par de tipos apoyados en la barra dándo conversación a la camarera, una chica con muy malas pulgas que servía a desgana y que deseaba fervientemente que nos largásemos de allí cuanto antes, supongo que ella también quería pertenecer al ritual mayoritario y disfrutar de unas horas de tele y casa antes de dormir.
Cuando no has salido de allí nunca, tu vida se encierra en los límites que tu pueblo, o los pueblos cercanos, te ofrece. Las cosas que allí suceden, por muy livianas que sean o por más que en cualquier otro sitio pasasen desapercividas, encierran tu mundo y destacan por encimma de todo, haciéndote ver la vida con otra perspectiva. El resto de las cosas posibles pasan a la categoría de ficción y son vividas a través de la pantalla del televisor, acercándolas a tu propia vida a retazos, haciéndote vivirlas como un cuento imaginario de realidad virtual, sin moverte del sillón de casa. Cuando vuelvo y observo, pienso en la de cosas que se están perdiendo, en la de gente que no conocerán nunca ... pero ese mundo absorvente acaba por atraparte, por limitarte de manera indolora, por hacerte caer en una ensoñación que te hace pensar que tienes todo lo que necesitas. Realmente tienes todo lo que necesitas. Es un mundo cerrado, sí, lleno de cotilleos malintencionados y de juicios de valores que pertenecen a otro siglo, en ocasiones, sí; pero tan sencillo, tan simple, que llega casi a asustar cuando accedes a él desde el otro mundo. El mundo de las grandes ciudades, de los ruidos, de las ambulancias, de los tirones de bolso, del teatro, del ajetreo, de las largas colas, de las carabanas.

No sé si algún día regresaré allí para quedarme, no sé si algún día me dejaré atrapar por su silencio, por su vida sencilla, por las conversaciones llenas de cosas pequeñas, casi triviales, que allí son capaces de convertirse en armas de destrucción masiva para la reputación de alguien. No sé si algún día regreseré para quedarme, y no como visitante ocasional que vuelve a la busqueda de el cariño y los momentos de los que aún viven allí, familia y amigos, pero hoy no estoy preparada. Hoy no puedo ni quiero dejarme atrapar por su monótona calma y sus calles invernales desiertas. Hoy solo veo personas que piensan que el mundo es lo que ellos ven, lo que viven cada día, y el mundo es enorme, el mundo son ellos y miles, millones de cosas más, y a mi me encantaría conocer gran parte de ellas antes de, quizá, pasar mis días viendo las horas pasar, frente al televisor.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Lo que somos por dentro

Hoy he despertado con un terrible dolor de cabeza, era como una aguja torpe que no terminaba de encontrar la diana, el sitio justo, el cartílago, la vena donde clavarse. Era como una punzada aguda condenada a repetirse una y otra vez pasando casi a la categoría de dolor perpetuo, pero con esa mísera inconstancia de apenas unas milésimas de segundo de tregua que lo convierten en punzada.
Era en el lado derecho, cerca del oído ¿Significará algo el lado en el que esté y la zona que abarque? Ella está segura de que los dolores corporales son una especie de reflejo de que algo va mal en nuestro interior. Por ejemplo, si te duele la boca significa que el poder creativo que llevamos dentro ha de salir al exterior para ser expresado en formas físicas; o si padeces del estómago, este refleja nuestras experiencias, de manera que si alguien come demasiado rápido, con precipitación significa que hace las cosas sin pensarlas demasiado, es el ruido de la mente que no para ni un instante.
Bien, pues a mi me dolía la cabeza, siguiendo la línea de este juego que a mi me parece un poco absurdo (no digo yo que los dolores físicos no puedan producirse como reflejo de nuestro interior, solo que pienso que debe ser algo más complejo y que no los mismos dolores han de significar las mismas fragilidades del alma ni todos los dolores físicos han de conllevar un desarreglo interior, que la úlcera es úlcera este provocada por la ansiedad y el estrés o por la mala alimentación y las costumbres insanas) el motivo es que existen cosas por aclarar dentro de mi, como placas tectónicas que chocan porque no se acoplan y esto provoca el dolor. No está nada mal, supongo, todos tenemos algunas cosas de mayor o menor índole que no nos encajan, o que nos gustaría que fuesen de otra manera, pero la verdad es que esto hubiese funcionado igual si lo hubiese leído en la vesícula, en el pecho o en un horóscopo. Quiero decir, que hay cosas tan generales, tan universales, que nos afectan a todos (y que en mayor o menor medida siempre están ahí) que es fácil hacer pronósticos al respecto que cuando nos cojan un poco bajos de moral nos resultarán incluso asombrosos y nos harán buscar ahí la solución a lo que nos rodea, desgraciadamente en la búsqueda no se hallan más que preguntas sin respuesta.

A veces se frivoliza tanto con según que temas, se comercializan tanto, se exprimen tanto, como si fuesen fenómenos que nos quedan tan lejos, en otra dimensión, que nos alejamos de las cosas espiritualmente importantes, como nosotros mismos y nuestro equilibrio mental. Probablemente la mayoría de incrédulos del mundo (y digo la mayoría, no todos) son personas que en alguna ocasión se han sentido estafadas o han visto como estafaban a alguien de su entorno con historias inventadas sobre la capacidad de la mente, la fuerza de los astros y la energía regeneradora de los chakras. Entonces, todo se convierte en una mentira, todo forma parte del espectáculo de brujas y magos ficticios y el mundo no es más que un gran globo que por casualidad flota marcando su rumbo sobre unos raíles imaginarios que lo sustentan y que nosotros calentamos a velocidad de microondas.
Es evidente que lo que tenemos dentro nos afecta, llamemosle alma, llamemosle mente ... lo que somos por dentro nos afecta. El cuerpo humano no es más que una máquina perfecta (sí perfecta, para mí no hay nada más perfecto que el funcionamiento de un ser vivo por dentro) que mediante varios procesos físicos, químicos, matemáticos ... nace, crece, se relaciona con el medio que le rodea, puede llegar a reproducirse, y muere. A pesar de lo complejas que son algunas de las reacciones físico-químicas que se producen en nuestro interior, algo más complejo aún es lo que realmente nos define, que no es ni nuestra digestión, ni nuestro abrir y cerrar de ojos, sino nuestra personalidad, lo que somos por dentro.
A menor escala, si discutimos con alguien se nos nota en el trato con los demás, incluso puede que esto comprometa nuestro apetito. Si nos dan una agradable sorpresa, evidentemente esto afecta a nuestra relación con los demás, y también puede que potencie por mil nuestro apetito. Si pequeñas cosas pueden afectar no solo anímica sino físicamente a nuestro organismo, cómo no iban a afectarnos grandes traumas, inconvenientes que trastoquen nuestro mundo, como no iban a provocar tal afección sobre una parte de nuestro cuerpo que, castigada continuamente, sea más débil y por tanto más fácil desarrollarse si se diera el caso una enfermedad.

Está claro que lo que nos ocurre por dentro nos afecta fuera, nos afecta físicamente. Pero me niego a creerme a aquellos que se empeñan en absolutizarlo todo, de dar un significado metafórico a todo, y digo TODO, lo que te sucede, como si pudiéramos permitirnos hallar la analgesia para un dolor de muelas leyendo el horóscopo.
Mi dolor de cabeza ha desaparecido, pero yo sigo siendo quien soy por dentro, nada ha cambiado hoy tras el cese del dolor.

martes, 6 de noviembre de 2007

La homosexualidad tiene cura


Hay miles de cosas que necesitan cura, están las que afectan a nuestro organismo: cáncer, deformaciones celulares, enfermedades crónicas, alergias... Están las que afectan a nuestra mente: neurosis, psicosis, esquizofrenia... Están las que afectan a nuestro ego: intolerancia, demagogia, verborrea descontrolada... Hay miles de cosas que necesitan cura, sí, cosas que afectan a nuestro cuerpo y a nuestra mente, cosas que afectan a los que nos rodean que sufren por y con nosotros, cosas que nos afectan a la hora de relacionarnos con los demás, porque seamos demasiado exigentes con ellos, porque seamos lo suficientemente pedantes como para que no aguanten más de dos minutos seguidos hablando con nosotros.
Pero, de todas aquellas cosas que rodean nuestra vida y que quizá necesiten una gran o pequeña cura, jamás se me ocurrió que el hecho de que alguien decida, de manera libre y mutuamente pactada, acostarse con otra persona sea algo que necesite cura. Mucho menos podía asomarme a la cabeza el hecho de que esa cura ha de llegar de manera inmediata si con la persona que te acuestas, además, es de tu mismo sexo.
Pues parece ser que estaba equivocada. Al parecer el gobierno de la Rioja, como no del PP, ha decidido enviar a los institutos públicos de secundaria lotes de libros en los que, entre otras cosas, pueden leerse perlas como que la homosexualidad es una enfermedad que tiene cura, ver el capítulo: La homosexualidad, conocerla y cómo curarla.
Al parecer el hecho de que ames a alguien de tu mismo sexo, o no le ames (no nos pongamos puritanos ahora), el hecho de que tengas atracción por personas que comparten genitales contigo es una enfermedad, crónica supongo, pero que tiene cura. Supongo que este tipo de libros donde, además de tratar la homosexualidad como una enfermedad, se exaltan los méritos y los tiempos del Generalísimo y se compara la Revolución Francesa con los maltratos con los que la Inquisición convertía a los herejes, son los que a los jóvenes de nuestro país les hace falta leer en lugar de las cosas que puedan aprender en la "denostada y patética" asignatura de Educación para la Ciudadanía. De hecho, libros como estos, de marcada tendencia ultra derechista, deberían ser nuestro libro de cabecera (junto a la biblia), libros en los que nos digan cómo debemos tratar como infames bichos raros a todo aquel (o aquella) que tenga el más mínimo apetito sexual por aquellos que son como él, por Dios Santo eso seguro que es antinatural!!!! Eso sí lo consideran antinatural, pero no consideran dañinas cosas como discriminar, señalar con el dedo, mentir (sobre el 11M, sobre el Yak-42), inventar realidades paralelas que dejen al país atontado y a merced de unos cuantos obispos y tipos con traje, camisa a rayas y corbata.

Hay muchas cosas que necesitan cura, una de ellas son las mentes enfermas de los que no piensan, de los que creen que existe un cliché de vida, una sola forma de amar, un solo tipo de familia,una única patria, un solo Dios, una sola religión.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Estado mental

Es dificil saber quienes somos. Es dificil conocer realmente a la gente que nos rodea cada día, pero eso es compresible si pensamos que tampoco es fácil conocernos a nosotros mismos. Podemos hacernos una leve idea que llegue a definirnos a base de costumbres. Podemos hacernos una idea superficial, basada en aspectos como la ropa que nos gusta, el tipo de música que escuchamos, los libros que leemos, las películas que nos dicen algo. Lo empaquetamos todo en un lugar de la mente y compartimos criterios con la gente que nos rodea, hallamos puntos en común. Pero, aún así, es dificil definirnos, definir a los demás.

Hay situaciones, momentos en que hemos de tomar decisiones importante que no siempre son las mismas, dependen de factores como el estado de ánimo, el propio ego, la situación mental en la que nos encontremos. He llegado a tomar decisiones para situaciones absurdas, que no conllevaban ningún quebradero aparente de cabeza, y que sin embargo han conseguido quitarme el sueño debido a que han sido tomadas en una situación de tristeza y estrés personal que para mi, han supuesto un mundo. Otras veces, he decidido cosas realmente importantes, importantes para mi y para el debenir de mi vida, y lo he hecho sin pestañear, porque en ocasiones las cosas, las situaciones te vienen de cara y pareciera que no hay nada que pueda detenerte. Es dificil saber quienes somos, y más dificil aún saber cuando tomaremos la decisión correcta.

Ella siempre me dice que estamos cargados de yoes, yo tomaré sus palabras porque me parecen las más acertadas para definir la capacidad que tenemos para ser personas diferentes, siendo la misma persona, para tomar diferentes decisiones siendo la misma cabeza, que no el mismo razonamiento ni el mismo punto de vista a la hora de llegar a una conclusión. Si nosotros mismos actuamos muchas veces sorprendiéndonos, preguntándonos qué es lo que nos ha llevado a actuar así o a tomar aquella decisión, cómo no iba a sorprendernos el hecho de que otros, que nos rodean y que de alguna manera conocemos, tomen decisiones y actuen de forma que nos haga sentir fuera de juego.
Tendemos a juzgar las cosas que hacen los demás, sobre todo si lo que hacen no es lo que esperábamos de ellos. Quizá nosotros lo hayamos hecho alguna vez, hacer algo que no se esperaba de nosotros, para bien o para mal, pero en nuestra cabeza se produce algo que no nos ocurre con los demás: la conversación entre yoes. La puesta a debate de la decisión última y el quebradero de cabeza de porqué terminamos haciendo esto y no aquello, para terminar de alguna manera justificándonos (por el estado de ánimo, porque no había otra opción, porque nos salió impulsivamente). Este proceso no siempre es válido para los demás, porque no siempre tenemos esa capacidad de introducirnos en su cabeza y razonar, poniéndonos en su pellejo, porqué tomó una decisión y no otra; a veces lo conseguimos, saber qué le llevó a hacer una cosa y no otra, pero eso no signfica que lo entendamos y que tengamos que justificarlo, porque hay cosas que no tienen justificación, y verdades que no tienen vuelta de hoja.

Hace unas semanas no quería verte, no me apetecía, no tenía capacidad para ser hipócrita y regalarte una sonrisa con dos besos. Había otra opción, no ser hipócrita y poner una cara que me llegase hasta el suelo, decirte lo que pensaba, lo que sentía ... pero tampoco creo que fuese una buena solución, hay cosas que se nos pueden escapar de las manos y hacer que todo se vaya a la mierda, no sé si quiero que todo se vaya a la mierda, de hecho no quiero, pero me gustaría tanto que las cosas cambiasen.
Dentro de unos días es posible que vuelva a verte, aún no lo sé, últimamente no sé nada de ti, ni tú de mi. No sé que harás porque nunca lo dices y cuando decides participar en el juego de los amigos te veo forzado, como si quisieras estar en cualquier parte salvo donde estás. No sé qué es lo que te hace sentir forzado, no sé qué es lo que hace que sientas que ir, es una obligación, que una llamada, conlleva un compromiso, ya somos adultos para saber decir: Hola, tengo planes y no voy a quedarme; o un simple: Hola, estoy por aqui pero no me apetece una mierda veros en esta ocasión, si cambio de opinión os llamo.
No me hubieran importado en absoluto esas palabras porque en ellas hay sinceridad, el hecho de no llamar, de omitir los hechos para no mentirnos, o mentirte, me parece más doloroso.
A pesar de todo esto, es posible que dentro de unos días volvamos a vernos. Esta vez me da igual hacerlo, me da igual verte y besarte en la mejilla. Me da igual porque no puedo exigir sinceridad por tu parte si yo misma no soy sincera, si el hecho de no verte implica no querer decirte a la cara, si surje la ocasión, que estoy dolida contigo. Ahora me da igual verte, y no sé cómo reaccionaré, quizá pase de todo y sonria, quizá me llegue la cara al suelo, quizá te ignore, quizá me preguntes, y si lo haces quiero responderte, quiero decirte qué me ha dolido, pero no para enfadarme contigo, no para pelear, para luchar, para romper sacos de rencor, si es que existen, sobre nuestras cabezas, sino porque el yo que ahora soy, y con el que me siento segura, me pide que sea sincera, para así ser capaz de exigir la misma sinceridad que yo pido. Eso no significa que los demás deban serlo, cada cual es cada quien, simplemente significa para mi que no incurro en el mismo hecho que espero no incurran los demás.

Es dificil conocernos y saber quienes somos, dificil tolerarnos, dificil aceptarnos, dificil decidir qué hacer en cada momento, dificil ser fieles a nosotros mismos pues cambiamos de parecer, de punto de vista, de estrategía continuamente y según se acumulan nuestras experiencias y sentimientos. Es dificil predecir qué haríamos en esta situación o en aquella otra, esto nos crea dudas, en ocasiones temores y dolores de cabeza, pero yo prefiero que sea así, aunque a veces nos haga perder el sueño, prefiero ser muchas cosas, muchas personas y luchar en mi cabeza democráticamente sobre qué es lo que hay que hacer. Prefiero las dudas a ser alguien que lo tiene todo siempre tan friamente calculado, que deja de ser persona para convertirse en un anuncio publicitario, donde todo está confeccionado para que seas tentado, para que te agrade, para que lo desees ... pero si te acercas un poco para descubrirlo, bueno, los decorados casi siempre son de cartón-piedra.