viernes, 21 de diciembre de 2007

Deseo ...

Según el reglamento por el que se rigen los funcionarios públicos, el estatúto de los trabajadores y la mayoría de los convenios colectivos todo trabajador que lleve un año trabajado tiene derecho a disfrutar de un mes de vacaciones. Desgraciadamente esto no siempre es así, sé de empresas que solo dan a sus trabajadores 15 días al año, otras solo una semana, otras, las peores, 15 días que a su vez son cuando ellas quieren, como ellas quieren y encima sin pagarte dichos días. Afortunadamente yo no me encuentro en dicha situación, aunque aprovecho desde aqui para dejar constancia de que las leyes no siempre se cumplen y hay gente que, a pesar de los derechos que todo trabajador debería disponer, se pasa las normas por el arco del triunfo.
Como digo, me puedo considerar dentro de la rama afortunada que dispone de mis días de descanso vacacional contemplados dentro de las ley, y la segunda etapa de estos, ya dispuse de la primera este verano, ha llegado.

Esta tarde partiré para mi tierra en busca de turrón, mucho vino, comida casera y calor familiar, por lo que es posible que pasen bastantes días antes de poder pasarme por aqui otra vez y distribuir mediante el teclado unas letras azarosas que compondrán un texto, una idea.
No soy muy aficionada a la Navidad. Me hace feliz la Noche buena, cenar con toda mi familia y contar una y otra vez los mismos chistes, la mismas anécdotas ... es un momento que conservo en la memoria desde no sé cuando, desde donde los recuerdos se mezclan con la niñez y se forma el abismo de lo que siempre ha estado hay, y te reconforta, y cada año lo aprecias más ... esos momentos, porque quizá algún día desaparezcan tal y como ahora los conoces, y entonces formaran parte de mi segundo concepto navideño.

Mi segundo concepto navideño es bastante lúgubre. Me pone triste, nostalgica. Es una época donde se ensalzan valores caducos que apenas duran para la mayoría 15 días, donde el que nunca tiene nada se siente aún más abandonado, más solo.
A pesar de que en mi casa, en la mía, en la que vivo cada día no en la de mis padres, no hay árbol de navidad, ni luces en el balcón, ni un Papá Noél que trepa por la ventana, ni moral, ni ganas para gastar un pastón porque sí, porque los cánones y los grandes centros comerciales nos dicen que "Paz, amor y Felicidad" es lo mismo que dinero y regalos para todos, a pesar de todo eso ... deseo que paseis unas felices fiestas, o vacaciones, o fríos días de Diciembre, lo que para cada uno de los que se pasen por aquí representen estas fechas.

domingo, 16 de diciembre de 2007

El crepitar de las llamas


Esta mañana he encendido la chimenea. Sé que no hace frio para tenerla encendida desde por la mañana pero no he podido resistirme a la tentación de escribir tras el reflejo naranja y azul que provocan las llamas. La chimenea, siempre quise tener una. Cuando tenía once años nos mudamos a una casa más grande, con chimenea. Me dolió terriblemente tener que dejar atrás el viejo limonero del patio de mi antigua casa. Era bajito y frondoso, mucho, tanto que sus ramas invadían parte de la azotea de mi vecina, pero no importaba, ella se beneficiaba de nuestros limones, nosotros de su espacio, y ambos éramos felices.
El limonero, extendía su copa ancha por todo el patio, este no era demasiado grande aunque sí más que los pequeños patios encapsulados que venden ahora en las viviendas unifamiliares, era irregular, imperfecto, un cuadrilátero que parecía un triángulo mal acabado, cuyo toldo, techo y protección eran las ramas siempre verdes del limonero. Yo no quería dejarlo allí, no quería marcharme sin el árbol bajo el que tantas cosas habían venido a mi cabeza, sin el árbol de mis juegos, sin la jungla de mis fantasías. Mi padre me dijo que no podíamos llevarlo con nosotros, que ese era su hogar y que de sacarlo podría morir ... y me habló de la nueva casa, y de su chimenea.

En la nueva casa había dos patios, uno de ellos era perfecto para plantar el nuevo limonero que mi padre me había prometido. Nunca llegó a plantarlo. Cambié el primero por una chimenea, el segundo por una piscina de plástico desmontable para los calurosos veranos que se avecinaban, y los limones de mi casa dejaron poco a poco de ser tan amarillos, tan ácidos, tan refrescantes, y comenzaron a parecerse cada vez más a los que venden en una red en los supermercados, a los que mullidos y gordos, clavas el cuchillo y se desinflan como un globo dejando apenas unas gotitas de su sabor en el plato.
Pero teníamos una chimenea, grande, de mármol blanco y gris, en el salón de mi nueva casa. Nos mudamos para primavera, para cuando el calor empieza a apretar por aquellas tierras, para cuando te levantas con la ilusión de que el sol ya está fuera y te acompañará camino del colegio, para cuando las hormigas salen de su escondite favorito y empiezan a pulular por los patios del colegio en busca de las migas del bocadillo ... nos mudamos en primavera y aún quedaban por salir las flores a relucir y un largo y bochornoso verano antes de que las llamas danzasen dentro de mi chimenea vacía y las ramas, quizá de algún limonero, cantasen y crujiesen al compás de la danza roja y naranja.

Y llegó el frió, un frío otoñal de puertas cerradas y calles vacías, un frío de colegios y estufas, de zapatos con cordones, de bufandas a cuadros y leche calentita. La chimenea de mi casa seguía apagada. Un brasero bajo la mesa daba calor a mis pies mientras hacía los deberes, miraba la llama de mi imaginación con añoranza pero mi madre daba mil razones para que el calor que llegase hasta nosotros dependiese de un enchufe: Trabajo toda la mañana, no os voy a dejar a ti y a tu hermana mientras hago los recados con el fuego encendido, en la noche ya es tarde y tenemos que acostarnos ... Empecé a pensar que aquel precioso agujero en la pared de mi casa nueva no era más que un obsoleto objeto decorativo cuya apariencia me había embaucado y hecho abandonar el rey de mis juegos infantiles miserablemente.

La mañana del 22 de Diciembre de aquel año, me levanté como cada día temprano, a pesar de que no teníamos colegio. Me encantaba sentarme en el salón a desayunar mientras se escuchaba de fondo una cancioncilla pegadiza que repartía millones e ilusiones cada mañana un día como aquel: Ciento veinticinco mil pesetas ... Pensé que mi madre estaba haciendo chocolate, y que este se había quedado pegado al cazuelo ya que el olor a humo subía escalera arriba, como una mano pseudo invisible que golpeara la puerta de mi habitación.
Mi madre había encendido la chimenea "Para probar como va, como lleva tanto tiempo apagada ... la encenderemos todo el día en Navidad" Y yo me quedé embobada mirando las llamas, los colores, la danza, el crujir de leña ... y me dio un dolor de cabeza horrible, porque no saqué de allí mi cara en todo el día, pero siempre había sospechado que me encantaría, y fue algo más que eso, me hechizó.

Asumí que en mi casa solo se encendería la chimenea para Navidad, y así ha sido todos estos años. Ahora, en mi pequeño apartamento, tengo una chimenea que acabo de encender, y solo cerrar los ojos, ha plegado los muebles de mi piso, ha colgado de las paredes los cuadros del salón de mi casa y me ha devuelto a la primera vez que pude disfrutar de una chimenea durante todo el día, en mi propia casa.
Si cierro bien los ojos e inspiro profundamente, puedo oírlo de nuevo: Ciento veinticinco mil pesetas!!!!

sábado, 15 de diciembre de 2007

Nostalgia

Esta mañana revisando mi correo electrónico me he encontrado con este video. Me lo ha enviado un amigo al que hace tiempo que no veo. No he dejado de sonreir, de recordar, de saborar ... Dios, me he sentido como una cria otra vez, y al final te queda un sabor agridulce en el paladar, el sabor a nostalgia.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Galicia


Que puedo decir de Galicia. Que puedo decir de una tierra que es conocida por sus misterios, por su embrujo, sus meigas; de una tierra verde que bebe de sus rías el elixir de la eterna juventud haciendo que parezca un ser vivo lleno de contrastes. De lo eterno a lo caduco, de lo nuevo a lo viejo, del sabio al aprendiz que como yo, queda enganchado a la nostalgia de sus paisajes, su vino, su gente.

Los lugareños que allí he conocido y que vuelven en un trocito de mi corazón, donde se halla la gratitud eterna, me decían una y otra vez "Ahora no es la mejor época para ver Galicia verde" "Si hubieras venido en primavera ..." Pero para alguien que se asoma allí por primera vez, desde la otra punta del país, desde el sur de España marrón y seco de estos días, era todo tan distinto, tan diferente, que el simple hecho de ver los árboles cargados de un colchón de musgo, que los abraza y protege de todo, me hacía imaginar de qué me estaban hablando.
A pesar de lo que me dijesen, creo que he sido afortunada. Cuando entré por fin en tierras gallegas, hicimos el viaje en coche, nueve horas aproximadamente (sí, hay que tener valor y muchas ganas), una tupida manta de verde se difuminaba en el horizonte confundiéndose con manchas marrones, amarillas, rojas, muy rojas ... una paleta de colores a tamaño natural que alguien con muy buen gusto había esparcido para darle vida aún en el letargo otoñal. Las casas en las laderas, humeantes de chimeneas, piedra y madera, hacían parecer todo un ficticio paisaje de mi imaginación, de mis sueños, de aquellos que son buenos sueños, y no deseas que terminen nunca.

Una de las cosas que más me impactó durante el trayecto fue un tramo de autovía donde el asfalto cantaba. Sí, cantaba. Cantaba una dulce melodía que de estar en el mar hubiéramos asociado rápidamente al canto de las sirenas. Al principio pensábamos que era el viento. Abrimos la ventanilla, ni una brizna de aire golpeaba nuestro entorno. Los árboles parecían estatuas vivas que, sin moverse, mataban nuestra primera teoría haciéndonos pensar que era el suelo mágico que empezábamos a pisar lo que rugía bajo nuestros pies.

Después llegaron los saludos, las presentaciones, el albariño, la buena mesa, las risas, más paisajes, plazas, Santiago ... y un sin fin de cosas que solo agotan cuando has regresado. Allí, a pesar de que más de una vez se abrían las bocas y mirábamos de reojo la cama con deseo, las ganas de embriagarte de la tierra de los mitos, los deseos y la queimada eran aún mayores.

Y vuelvo a mi quehacer diario, al trabajo, a las caravanas tras la salida de este, al murmullo de voces ajenas en la calle enardecidas por la prisa navideña ... pero nadie podrá robar del rincón de mi memoria los olores, colores, momentos y sentimientos vividos estos días, aunque sí, Pitufo, hayan sido muy pocos.

martes, 11 de diciembre de 2007

Letargo

La semana pasada tuve una de las peores semanas en el trabajo que recuerdo. Hacía tiempo que no salía tan cansada que me dejase sin ganas de nada, sin ganas de escribir incluso. El puente lo he pasado de viaje, fuera de casa. He estado en Galicia, no conocía esa tierra, me ha hechizado.
Es este el motivo de que haya dejado el blog estos días tan abandonado. Desde que regresé de viaje vivo en un continuo letargo, los últimos dos días los ha pasado mi cuerpo exigiéndome el sueño que en él estaba acumulado, y que yo me he empeñado en no saciar robándole horas a la noche que no eran consumidas durante el día ni tan siquiera en una liviana siesta de media hora tras la comida.
Mañana vuelvo al trabajo, estos días de descanso me han sentado de maravilla. Volveré también a este blog, y las letras saldrán de nuevo entre mis dedos, mis nervios, mis impulsos ... para contar lo que me pase por la cabeza.