miércoles, 12 de diciembre de 2007

Galicia


Que puedo decir de Galicia. Que puedo decir de una tierra que es conocida por sus misterios, por su embrujo, sus meigas; de una tierra verde que bebe de sus rías el elixir de la eterna juventud haciendo que parezca un ser vivo lleno de contrastes. De lo eterno a lo caduco, de lo nuevo a lo viejo, del sabio al aprendiz que como yo, queda enganchado a la nostalgia de sus paisajes, su vino, su gente.

Los lugareños que allí he conocido y que vuelven en un trocito de mi corazón, donde se halla la gratitud eterna, me decían una y otra vez "Ahora no es la mejor época para ver Galicia verde" "Si hubieras venido en primavera ..." Pero para alguien que se asoma allí por primera vez, desde la otra punta del país, desde el sur de España marrón y seco de estos días, era todo tan distinto, tan diferente, que el simple hecho de ver los árboles cargados de un colchón de musgo, que los abraza y protege de todo, me hacía imaginar de qué me estaban hablando.
A pesar de lo que me dijesen, creo que he sido afortunada. Cuando entré por fin en tierras gallegas, hicimos el viaje en coche, nueve horas aproximadamente (sí, hay que tener valor y muchas ganas), una tupida manta de verde se difuminaba en el horizonte confundiéndose con manchas marrones, amarillas, rojas, muy rojas ... una paleta de colores a tamaño natural que alguien con muy buen gusto había esparcido para darle vida aún en el letargo otoñal. Las casas en las laderas, humeantes de chimeneas, piedra y madera, hacían parecer todo un ficticio paisaje de mi imaginación, de mis sueños, de aquellos que son buenos sueños, y no deseas que terminen nunca.

Una de las cosas que más me impactó durante el trayecto fue un tramo de autovía donde el asfalto cantaba. Sí, cantaba. Cantaba una dulce melodía que de estar en el mar hubiéramos asociado rápidamente al canto de las sirenas. Al principio pensábamos que era el viento. Abrimos la ventanilla, ni una brizna de aire golpeaba nuestro entorno. Los árboles parecían estatuas vivas que, sin moverse, mataban nuestra primera teoría haciéndonos pensar que era el suelo mágico que empezábamos a pisar lo que rugía bajo nuestros pies.

Después llegaron los saludos, las presentaciones, el albariño, la buena mesa, las risas, más paisajes, plazas, Santiago ... y un sin fin de cosas que solo agotan cuando has regresado. Allí, a pesar de que más de una vez se abrían las bocas y mirábamos de reojo la cama con deseo, las ganas de embriagarte de la tierra de los mitos, los deseos y la queimada eran aún mayores.

Y vuelvo a mi quehacer diario, al trabajo, a las caravanas tras la salida de este, al murmullo de voces ajenas en la calle enardecidas por la prisa navideña ... pero nadie podrá robar del rincón de mi memoria los olores, colores, momentos y sentimientos vividos estos días, aunque sí, Pitufo, hayan sido muy pocos.