lunes, 29 de octubre de 2007

Al otro lado


He pasado el fin de semana viendo películas de terror. Bueno, en realidad no ha sido lo único que he hecho, no seamos tan estrictos, también me ha dado tiempo a trabajar, mosquearme, tener visita fugaz, reír, comer, pasear, comer otra vez y vomitar, vomitar y vomitar por haber comido tanto y porque mi estómago: perro, malo y sádico donde los haya, no me permite la posibilidad de cualquier humano de cebarse un día a base de comida, cerveza y dulces porque se rinde, se para y deja de digerir ... dolor, nauseas, vómitos y cara de gilipollas mirando en la taza del water aquella tarta que te comiste diciendo: Uhmmmm, deliciosa!!!!!
Pero bueno, aparte de ese pequeño detalle y que hoy solo estoy dispuesta a consumir Aquarius, pase gran parte del fin de semana viendo películas de terror. No es algo que hubiésemos programado, simplemente se fue dando y cuando acordamos estábamos rodeadas de asesinos en serie, maltratadores claustrofóbicos que abusaban de tus miedos para recrearlos y hacerte vivir una pesadilla, casas inteligentes con espíritus atrapados y llamadas telefónicas insistentes que acaban por confesarte "Voy a matarte".
Me encantan las películas de terror, siempre me han gustado, siempre acabo por preguntarme, cuando me encuentro atrapada en ella y camino junto al protagonista por los pasillos de una casa abandonada "¿Que necesidad tendré yo de estar llevándome un mal rato como este?" Porque, realmente lo paso mal (si la película es buena, si la banda sonora acompaña, si no es muy predecible...), pero es mayor el placer que me reporta la adrenalina quemada, el querer huir con los pies pegados al sofá, el querer gritar con la boca tapada por algún cojín, el querer empujar a la victima para que corra, para que mire, para que dispare... que el hecho de estar sufriendo.

El cine de terror de ahora no es como el de antes, la gente ha cambiado, la sociedad ha evolucionado hacia otras cosas y hoy día son diferentes los miedos que tenemos hacia las cosas que los que se podían sentir hace tan solo 10 o 20 años. Incluso ha cambiado el formato de película según estemos tratando el miedo desde una perspectiva u otra. Cuando tocamos la huída, la búsqueda, el desconcierto... hablamos de cine de suspense, nos deja en suspenso, en el aire toda una trama que hemos de ser capaces de resolver antes de que lo haga nuestro incansable compañero de fatigas tras la pantalla. Sufrimos con él y sospechamos de todo y todos, solo nos tenemos a nosotros mismos para salir de una situación angustiante que nos tiene atrapados y que solo con la búsqueda de la verdad estableceremos el orden en nuestra vida. El otro, el cine de terror, sí y solo sí está bien hecho, es un cine más oscuro, un cine lleno de trampas, de muertes, donde los dos planos se cruzan para dar vida a una realidad terrorífica. Dos planos, que no siempre son los mismos, tradicionalmente fueron el de la vida y la muerte, el de los vivos y los no-vivos; los otros dos son el de la locura y la cordura, la delgada línea que separa a una de la otra y que nos hace sentir tan pronto en uno de los extremos como en el otro.
Nuestros miedos han cambiado, sí, hoy día seríamos pocos los que nos asustaríamos con un Frankenstein, quizá algún que otro ¡ay! procedente de una buena combinación entre el aumento de la música y la aparición de una mano que nos toca la espalda cuando no lo esperábamos. Pero eso no dejan de ser sustos ocasionales como el que trata de darte alguien escondido tras una puerta, o alguien que intenta acabar con tu ataque de hipo: aparece, gritas y ahí termina todo, luego incluso puede haber risas.
Hoy en día hace falta más para asustarnos, nos hemos acostumbrado a la sangre, a la guerra, a los asesinos, incluso en lo paranormal, nos encontramos con programas de espíritus y espiritistas con información e incluso guías de comportamiento con fantasmas: No tengas miedo, háblale; mantente firme, tú eres el vivo, tú mandas... evidentemente no nos va a dar por pensar eso viendo poltergeist aunque, quien sabe.
Hoy en día, por lo general, lo que realmente nos aterra es aquello que pensamos que realmente puede llegar a pasarnos. Mientras más dentro entre la historia en nuestra cabeza, mientras mayores posibilidades haya de que te pase lo que le está ocurriendo a el/la protagonista, mayor terror seremos capaces de albergar, mayor identificación con el personaje, mayor sensación de alivio en su alivio, mayor stress en su miedo, mayor miedo ante la posibilidad de perder su vida, y con ella, la batalla. Porque en este punto, no estamos hablando de perder a nuestra pareja, de perder la casa, el coche, el trabajo. No estamos hablando de perder a nuestro hijo trágicamente en un accidente de trafico, estamos hablando de perder la vida, lo más preciado que tenemos, lo único que si perdemos tendrá como consecuencia que dejaremos de existir, dejaremos de ser nosotros, y ahí es cuando sale nuestro instinto de supervivencia, nuestra adrenalina quemada, nuestra capacidad para luchar sin tregua más allá del dolor físico que sintamos.

En definitiva, y aunque parezca mentira, este tipo de cine tiene el objetivo de entretener, de hacernos pasar un buen rato (aunque se trate de un rato de miedo), como las atracciones de un parque temático, adrenalina y gritos por un tubo. Se trata de recrear de manera artificial una realidad que nos haga segregar sustancias que nos hagan sentir las cosas como si verdaderamente nos estuviesen sucediendo, y sintiendo, esto no lo tengo tan claro, algo parecido a lo que sentiríamos en la vida real ... prefiero seguir sintiéndolo al otro lado de la pantalla.