jueves, 15 de noviembre de 2007

Cruce de caminos

Hay varias formas de estar incómodos. Una de ellas tiene que ver con mantener una pose corporal que no nos resulta agradable. Pudiera ser al sentarnos, sobre nuestras propias piernas, las rodillas se clavan al suelo y aparece el dolor de espalda, los pies dormidos, hormigueo, notamos la incomodidad de la postura; entonces nos sentamos en una silla, recto el respaldo, demasiado alto también. La cabeza choca con la madera y nos inclinamos un poco hacia adelante. El culo no está bien posicionado, falta el apoyo completo de glúteos, el coxis aguanta más peso del que debiera y empieza una incómoda sensación a recorrernos el cuerpo. Intentamos flexionar las piernas, no podemos, nos duele el culo. Las extendemos, chocamos con algo (o alguien), nos ponemos nerviosos, no sabemos cómo ponernos, empieza a picarnos algo, la espalda, la cabeza ... estamos incómodos.
La otra forma no tiene que ver con posturas, aunque sí con poses. Nos sentimos incómodos cuando estamos ante alguien o algo que no nos deja actuar de manera natural, cuando nos sentimos forzados por algo, cuando las palabras no asoman a nuestra mente y el silencio se convierte en una loza por la falta de confianza.
Según la RAE, incomodar(se) es causar incomodidad, molestia o enfado. Es cierto que a veces nos incomodamos por la falta de roce, por el choque postural entre dos personas tímidas, irregulares a la hora de romper el hielo. Otras veces, muchas de ellas, la incomodidad viene por algo más que por un sillón maltrecho o la espera dentro de un ascensor roto con tu jefe, al que nunca has sabido cómo dirigirte.
A veces, como define la RAE, esa incomodidad se siente debido a un enfado previo, a algo que te ha molestado y te ha colocado en una postura, quizá, vulnerable, que te hace sentir incómoda.

Cuando la confianza llega al límite de lo insospechado, cuando no son necesarias las palabras para entenderse, cuando los silencios no necesitan estar llenos de palabras para que sean confortables, ni las palabras necesitan estar llenas de frases e intenciones brillantes para que sean consideradas geniales ... la imaginación se apaga. Se apaga la capacidad para concebir una escena en la que esas dos personas no tengan nada de que hablarse, se apaga la capacidad de verte esquivando preguntas y reinterpretando respuestas que no te hagan sospechar de todo. Es inimaginable el momento de un cruce de miradas sin una sonrisa, de una broma sin su réplica, de un saludo sin sus saltos, sus besos, sus abrazos.

La confianza es un sedante necesario, pero que elimina algunas parte de nuestro comportamiento, de nuestro sistema de defensa con los desconocidos, cierra la puerta a la posibilidad de que el maravilloso sofá que hoy disfrutamos en nuestro salón, suave, cómodo, acogedor ... un día desfigure su silueta a base de bultos que provocan dolores en nuestro culo y muelles rotos que desgarran nuestros mejores trajes. Porque para nosotros, los humanos, resulta imposible imaginarnos una situación pésima con las mismas piezas del puzzle que un día encajaron. Nos resulta terriblemente difícil decidir que quizá la suma de nuestra cuenta no siempre da el mismo resultado, cómo podría ocurrir eso si somos los mismos números. Y el hecho es que parecemos los mismos números, pero no lo somos.
La definición que nos da la RAE, aunque parca en palabras, estática en su número de hoja del diccionario, expectante para ser leída por unos ojos ávidos de conocimiento, no está quieta. No es una definición estática, inerte, sino que está viva porque sus palabras indican movimiento. Enfadarse, molestarse conlleva ir a algún sitio, desplazar tus sentimientos desde un lugar de calma hacia un sitio en el que se muestran irascibles y vulnerables hasta el punto de mostrar antipatía o afectar físicamente, a tus músculos (que se contraerán y provocarán calor), a tus piernas ( que correrán tras el agravio, o darán media vuelta y se alejarán de él).
Si las palabras que definen el concepto incomodarse están en movimiento, el concepto en sí lo está, pero no por sí mismo, sino porque nosotros hacemos que mute, aunque esa mutación nos coja por sorpresa, y es que, aunque veamos los mismos números en la suma, aunque veamos las mismas piezas del puzzle, eso es algo ficticio, que solo ocurre por fuera. Exteriormente cambiamos con los años, interiormente somos capaces de mutar una y otra vez, varias veces en un mismo día.

A veces nuestro camino y el de aquellos que amamos se cruzan continuamente. Otras veces se cruzan para destruirse, y se alejan uno del otro, lejos, muy lejos, y al acortarse la distancia ves que los caminos, por muy cerca que estén, ya no están cruzados, solo son líneas que cabalgan juntas, paralelas. Esa es la mayor incomodidad posible, caminar por líneas paralelas, mirándoos a los ojos, y sintiendo que nunca más se cruzarán los caminos.