martes, 1 de enero de 2008

Una pieza maestra


Mañana del 1 de Enero del 2008, a los que hemos vivido una infancia de sábados de películas nocturnas llenos de Terminators y Blade Runner nos debe sonar un poco a ciencia ficción lo del 2008. Yo, a pesar de vivir en este tiempo ya, de hecho, y de escribirlo y leerlo en agendas y horarios como algo trivial y natural, no termino de acostumbrarme.
Otros años he hecho ejercicios de adaptación. Los días anteriores al 31 de Diciembre me los he pasado nombrando el año venidero y haciéndome a su musicalidad, aunque he de reconocer que al llegar al dos mil perdió parte de esta, personalmente me gustaban más los mil novecientos ... Este año no he practicado ese ejercicio y me acabo de dar cuenta ahora, tras levantarme con un terrible dolor de cabeza y encender el ordenador con cuidado para no despertar al oso que ronca en mi salón. Al acceder a Internet he visto un gran 2008, y he pensado: No estoy preparada, no estoy preparada, no he ensayado para esto, y si me preguntan diré ... 2007, no espera ... ¿En que año estamos? Y una risa nerviosa me hará sentirme ridícula.

Hoy me he levantado en paz. Llevo ya unos días en paz, en paz con todo, en paz conmigo misma. Hace tiempo que vengo pensando que nos hemos acostumbrado a ciertas frases hechas. Frases que describen una época del año, frases que incluso hemos banalizado y que usamos como resorte para justificar o posponer algo que hacemos o que tendríamos que hacer en un futuro. Me refiero, entre otras muchas que hay, a frases por todos conocidas del tipo: Año nuevo, vida nueva.
Algunos la usan para ponerse a dieta, otros para dejar de fumar, para acabar con la amante, para estudiar más ... y la mayoría de esos propósitos vienen durando lo que dura la fiesta navideña y el empacho de todo, hasta Reyes. Luego, comenzamos en el trabajo de nuevo, en la Facultad ... y nuestra vida se parece cada vez más a aquella que teníamos justo antes de las Fiestas, de los buenos y malos propósitos, del atracón de dulces y alcohol.
Pero he estado pensando en todo esto, y creo que hay un propósito más profundo, más antiguo y más sabio en este tipo de frases estacionales. Creo que describen una actitud natural que, en mayor o menor medida, con mayor o menor conciencia de ello, adoptamos todos cuando llega el momento. El recogimiento del Otoño, la fiebre primaveral, los planteamientos sobre dónde está nuestra vida, a dónde queremos llevarla de finales de año ... creo que más allá de su progresiva banalización conllevan un fuerte enraizamiento del ser humano con el mundo en el que convive y con el que se relaciona.
Mi tendencia, la mía personal en estos últimos días del año, es a relativizarlo todo. Relativizar el dolor, el amor, lo incondicional, que pasa a tener ciertas condiciones que varían y cambian y todas son justas según qué, y todas son posibles según quien. Tiendo a relativizarlo todo y todo me parece tan pequeño, tan enmaquetadamente pequeño, que valoro las cosas en su justa medida, o en una medida más justa, no sé, y las malas caras, los dolores y los rencores se disuelven como un azucarillo en leche hirviendo, perdiendo su sentido absolutista y egoísta.
Y no sé si este proceso es bueno o malo, pero a mi me ocurre tal cual, y me alegro que así sea, es como una pieza maestra que puedo poner en cualquier camino, como un puente móvil, que me ayuda a caminar, y me hace sentir en paz.

No, no he hecho propósitos de año nuevo. Pero no los necesito, ya ni siquiera pienso en ellos. Surgen, de manera natural dentro de mi, como la nostalgia en Otoño o la desmesura con el sol de primavera. Mi único propósito vanal será acostumbrarme a decir: Tal día de Enero del 2008, si señor, ese es al año en el que vivimos, 2008.