miércoles, 28 de noviembre de 2007

Volver a empezar

El otro día pululando por el blog de Pipilota, y a raíz de uno de sus post, surgió un comentario en el que no sé cómo, acabé contando una anécdota que me había ocurrido cuando era pequeña con mi madre y el tema de la existencia de los reyes magos. Posteriormente, leí el comentario que ella había hecho al respecto que concluía diciendo: Tu madre es genial ;)
Últimamente he estado pensando acerca de la opinión que nos formamos de los demás a raíz de la información que recibimos de ellos. A mi nunca me ha gustado formarme una opinión precipitada de alguien, incluso me gusta dar segundas oportunidades a la gente que, en una primera impresión, no ha terminado de empatizar conmigo, trato de encontrar algo más que yo no he visto. Muchas veces ocurre que no es el día más apropiado para conocer a alguien nuevo, que no se ha dado la conversación más oportuna para que dos personas encajen de alguna forma.

En mi familia somos muchos hermanos, una familia numerosa de las de antaño. No somos del Opus ni nada de eso, como hoy se tiende a pensar cada vez que la cifra en el número de hermanos asciende de cuatro miembros, es que somos eso, una familia de antes. Mis padres son mayores ya, y en su época de procreación era bastante habitual constituir una familia numerosa. Las anécdotas que a mi me unen a mis padres son diferentes a las que les unían a mis hermanos mayores. Hemos vivido etapas diferentes, tanto sociales como políticas y económicas, en casa y fuera de ella, tanta mente viviendo junta produce muchas ideas, que a veces chocan las unas con las otras.
El hecho es que pensé que si en vez de contar yo la anécdota hubiese contado una de las suyas alguna de mis hermanas, quizá el comentario hubiera sido diferente. No porque el lector se hubiese dejado influenciar por mi, sino porque para mi, la heroína de mi historia era mi madre, y no yo, y ella es la que quedó ensalzada. Quizá en otra historia el comentario hubiese sido "Qué fuerte" o "No me lo puedo creer" o "¿Eso te hizo?" ...
No es que no me hayan ocurrido cosas criticables con respecto a mi madre, sí que han ocurrido, pero más allá de todas ellas me queda una persona luchadora, que ha cambiado con los años, que ha evolucionado con nosotros. Una persona a la que le cuesta hablar de sentimientos pero que, si le das la oportunidad, puede darte una lección de vida, una lección que quedará siempre en ti.

Una de mis hermanas, con la que he hablado bastante acerca de mi madre y lo que significa para cada una, los recuerdos que tenemos, se siente dolida con ella, al menos esa es la impresión que me da a mi en muchas ocasiones. Eso no significa que no la quiera, que no la ame con toda su alma, precisamente el dolor viene en muchas ocasiones de amar mucho a alguien que en algún momento no ha actuado como esperábamos de ella, y con la decepción viene el dolor, no el desamor.
Es evidente que sus experiencias han sido diferentes a las mías, quizá las mías hayan sido incluso más fáciles (por llamarlas de alguna manera) porque ella luchó antes que yo por ser ella misma, y eso abrió un poco más las puertas para que mi madre entendiese ciertas posturas con respecto a mi. El caso es que esa lucha se ha llenado en ocasiones de dolor, y ese dolor se ha llenado de anécdotas en las que no sale muy bien parada. Los amigos de mi hermana, sus seres más cercanos, tienen un concepto de mi madre totalmente diferente al que tienen los míos. Su trato con ella también es diferente al de mis amigos.
Pero, estamos hablando de la misma persona, ni yo miento en lo que digo ni ella miente en lo que cuenta. Ambas cosas ocurrieron y ambas ocurrieron con la misma persona, lo único que varía en esta historia es que los demás no hayan visto a alguien sin los prejuicios, positivos o negativos, que han llegado a sus oídos.

Los prejuicios no nos dejan avanzar, nos convierten en seres estancados que nos niegan la posibilidad de descubrir a alguien distinto con la misma cara. Es como cuando dejas tu ciudad y te vas lejos, a vivir, a trabajar, a estudiar ... allí conoces otra gente, tienes otras ideas, creces y superas los obstáculos que te impedían crecer, y te sientes a gusto contigo misma. De pronto un día vuelves, y ves a los de siempre, que te hablan como siempre, te tratan como siempre ... y tu sientes que nada ha cambiado, que nada cambiará mientras estés allí, que allí serás el mismo ser cargado de complejos que eras antes de marcharte. Creo que nada de eso ocurre cuando desaparecen los prejuicios, cuando desde el yo que eres ahora miras con nuevos ojos a los que dejaste atrás, cuando los que dejaste atrás encuentran en ti a otra persona y tratan de conocerla, olvidándo lo que antes veían en ti y que les incitaba a comportarse contigo de la manera que lo hacían.

No me importa las decisiones que mi madre tomase en un pasado porque tampoco me gustaría que alguien me juzgase a mi por las que yo tomé. Me gusta quedarme con la persona que es hoy, me gusta recordar lo que me enseñó y que hace que hoy sea lo que soy. No puedo hacer que los demás, basados en sus propias experiencias, tengan el mismo concepto que yo tengo de ella, pero me gustaría que se tomasen un tiempo para tomarse un café con ella y conocerla como persona, a la que es hoy, y luego formasen una opinión caduca que dure tan solo un día, para a la mañana siguiente, volver a empezar.