lunes, 1 de octubre de 2007

Como en el Instituto


Mi tiempo, ultimamente, está envuelto en una marabunta de idas y venidas del trabajo. Sin horarios fijos, sin lugar establecido, sin descansos de por medio donde llenar los pulmones con aire viciado de nicotina y humedecer la garganta con un placentero tinto antes de cenar, por ejemplo. Llevo más de una semana sin descansar, miento, el viernes pasado, justo el día en que fue convocada una reunión de trabajo a la que no podía faltar y en la que conocería mi turno, ya definitivo, para los próximos años. Más trabajo.
Hoy no podía faltar a mi cita con mis propias letras, aunque solo fuera para desahogarme contando lo terriblemente cansada que estoy. Estos días el trabajo ha sido un hervidero de criticas, zancadillas, puñaladas traperas y encontronazos varios dignos de una mala película de instituto. Había, a causa del reparto de turnos, reuniones no improvisadas a cada esquina que servían como excusa para hablar de Fulano, mientras, Sutano se marchaba para dejar su sitio a Fulano, que participaba a su vez de las críticas al último que se había marchado. Voraz.
Es increíble que aunque los años van pasando las cosas siguen, muchas veces en esencia, siendo las mismas. Las trifulcas que antaño se organizaban acerca de si tal o cual era un pelota, sobre si copiaba o si se chivaba de los demás se trasladan ahora a nuestro puesto de trabajo. A veces pienso que seguimos siendo los mismos (habrá que incluirse en este desfase de "correveydiles"), mayores, con hijos algunos, con hipotecas, con coche, con responsabilidades ... los mismos, con derecho a voto, con canas o carrera universitaria, con viajes a nuestras espaldas, pero los mismos. Los mismos que no soportan que a tal compañero le vaya mejor que a ti, o que tenga un mejor turno, o que le hayan dado el día de asuntos propios que tu pediste; los mismos que critican a la espalda, que piensa que la nueva guapita de cara es un poco estúpida, que le hacemos la vida más difícil al nuevo simplemente por eso, porque es nuevo.
Criticamos como adultos la inmadurez del adolescente que sufre por no saber ponerse en su sitio, criticamos la falta de compañerismo, e incluso en ocasiones, la falta de tolerancia y solidaridad en las aulas; criticamos la presión excesiva sobre los alumnos que los hacen sentirse presionados por el sistema y convertirse en seres egoístas que aprenden que solo machacando al rival llegarán más lejos que él; criticamos al propio sistema por ser: demasiado duro, demasiado blando, demasiado laico, demasiado incisivo, demasiado ... en definitiva. Criticamos todo esto que vivimos a través de nuestros hijos, sobrinos o vecinos pensando que ya madurarán, cuando maduran solo comprenden que el mundo, al menos al que aspiran y por el que estudian en parte, el mundo laboral, es tan hostil, tan fanático y tan horripilante como el instituto. Habrá muchos momentos buenos, por supuesto, incluso momentos inolvidables, como en el instituto, pero la esencia de poder, de los marujeos infantiles, de los chivatazos, del caricaturizar al jefe cuando no mira ... eso seguirá estando ahí ... como en el instituto. Con una diferencia, creo yo, ahora somos más adultos y a veces, al menos a mi me ocurre, nos avergonzamos de seguir viviendo en una realidad tan infantil como absurda.