miércoles, 14 de noviembre de 2007

De regreso a mi pueblo


Me he ausentado un tiempo de este espacio ya que he pasado los días libres de que he dispuesto en mi pueblo. Hacía tiempo que no iba por allí, un par de meses quizá. La hora aún no había cambiado y nuestro ciclo solar era mayor, más horas de luz, más calor, más gente en las calles.
Crecí en un pueblo del interior, un pueblo donde casi nunca pasa nada y las cosas que ocurren, muy de vez en cuando, solo aparecen en las páginas de sucesos o de fenómenos meteorológicos o geológicos extraños. Cosas que en cualquier otra ciudad están a la orden del día, allí no lo están. La calma monótona que rodea sus calles salpica a los pueblos de alrededor, y el divorcio de una vecina no solo es objeto de comentarios y entretenimiento de moda por unos meses, sino que además es considerado casi fenómeno paranormal para la mayoría de los lugareños, incluso los más jóvenes, que a pesar de hablar del tema con una aparente normalidad, no dejan de tener el tema como cabecera de su conversación, hay poco más allá de lo que hablar.

Cuando pasa el tiempo, y mi coche se adentra poco a poco por las primeras calles de mi pueblo, en un nuevo regreso, la realidad de sus calles, de su gente, choca en mis ojos dándome la sensación de estar adentrándome en un lugar aparcado en el tiempo. Las mismas casas, las mismas caras, las mismas ropas, los mismos grupos de ancianos sentados al ardor de los últimos rayos de sol que penetran en el parque, donde ven el tiempo pasar mientras conversan o juegan a la petanca. Trato de recordar cómo eran las cosas cuando yo vivía allí, la imagen del recuerdo que se forma en mi cabeza es la misma, las mismas imágenes (quizá con otras caras, entre ellas la mía), pero las sensaciones eran otras.
Siempre quise vivir fuera, tenía la sensación de que aquel sitio me quedaba pequeño, estrecho, como unos zapatos que tras estrenarlos tratas de adaptar a tus pies, pero no puedes evitar las rozaduras, el escozor, el ansia por correr descalza, por llevar algo con lo que te sientas más cómoda. Siempre supe que quería vivir fuera, pero era algo que sabía, no que necesitaba. Cuando pasas mucho tiempo lejos de sus calles, de sus costumbres, de sus horarios; la vuelta supone un choque impresionante. Pero es un pueblo que absorve, puedes llegar con ideas, y cambios, y mil cosas en la cabeza que van apagándose, fundiendose si pasas demasiado tiempo viviendo allí, la monotonía del lugar se apodera poco a poco de ti, de tu estilo de vida, y acabas siendo una triste sombra más que vaga por sus calles, que vive entre cuatro paredes cuando anochece (aunque esto suceda a las seis de la tarde). Te atrapa y acaba consiguiendo que vivas cómoda en ese esquema carente de miles de cosas, que antes vivían en tu cabeza y que ahora recuerdas como algo lejano. Dejas de pensar las cosas, la de cosas que se pueden hacer en otros sitios a esas horas, un martes a las nueve de la noche, y te acostumbras a la calma que da el silencio en las calles vacías, el sonido de la televisión, ventana tras ventana, calle abajo, el olor a comida que asoma por las rendijas de las puertas camino a casa.

Anoche quedamos para tomar algo los de siempre, los que aún viven allí, los que vamos de vez en cuando. Sobre las nueve y media conducía por las calles de mi pueblo vacio en busca de mi cita posterior. No había gente, no había apenas coches circulando, no había ruido. Apenas son dos o tres los bares que a esas horas puedes encontrar abiertos, o con pretensiones de quedar abiertos más allá de las doce de la noche. Cuando llegamos al sitio donde nos tomaríamos algo el panorama me pareció desolador. Miles de watios de luz, pantallas de televisión planas, panorámicas, emitiendo videos musicales, música de fondo ... era un bar, un pub más de los que puede haber a patadas por todas parte, practicamente vacio. Apenas había una pareja sentada al fondo y un par de tipos apoyados en la barra dándo conversación a la camarera, una chica con muy malas pulgas que servía a desgana y que deseaba fervientemente que nos largásemos de allí cuanto antes, supongo que ella también quería pertenecer al ritual mayoritario y disfrutar de unas horas de tele y casa antes de dormir.
Cuando no has salido de allí nunca, tu vida se encierra en los límites que tu pueblo, o los pueblos cercanos, te ofrece. Las cosas que allí suceden, por muy livianas que sean o por más que en cualquier otro sitio pasasen desapercividas, encierran tu mundo y destacan por encimma de todo, haciéndote ver la vida con otra perspectiva. El resto de las cosas posibles pasan a la categoría de ficción y son vividas a través de la pantalla del televisor, acercándolas a tu propia vida a retazos, haciéndote vivirlas como un cuento imaginario de realidad virtual, sin moverte del sillón de casa. Cuando vuelvo y observo, pienso en la de cosas que se están perdiendo, en la de gente que no conocerán nunca ... pero ese mundo absorvente acaba por atraparte, por limitarte de manera indolora, por hacerte caer en una ensoñación que te hace pensar que tienes todo lo que necesitas. Realmente tienes todo lo que necesitas. Es un mundo cerrado, sí, lleno de cotilleos malintencionados y de juicios de valores que pertenecen a otro siglo, en ocasiones, sí; pero tan sencillo, tan simple, que llega casi a asustar cuando accedes a él desde el otro mundo. El mundo de las grandes ciudades, de los ruidos, de las ambulancias, de los tirones de bolso, del teatro, del ajetreo, de las largas colas, de las carabanas.

No sé si algún día regresaré allí para quedarme, no sé si algún día me dejaré atrapar por su silencio, por su vida sencilla, por las conversaciones llenas de cosas pequeñas, casi triviales, que allí son capaces de convertirse en armas de destrucción masiva para la reputación de alguien. No sé si algún día regreseré para quedarme, y no como visitante ocasional que vuelve a la busqueda de el cariño y los momentos de los que aún viven allí, familia y amigos, pero hoy no estoy preparada. Hoy no puedo ni quiero dejarme atrapar por su monótona calma y sus calles invernales desiertas. Hoy solo veo personas que piensan que el mundo es lo que ellos ven, lo que viven cada día, y el mundo es enorme, el mundo son ellos y miles, millones de cosas más, y a mi me encantaría conocer gran parte de ellas antes de, quizá, pasar mis días viendo las horas pasar, frente al televisor.

6 comentarios:

Pipilota dijo...

Dos meses no es ná, yo tardé en volver 10 ó 12 años y ya ha pasado más de un año desde que fui.

Lo bueno es tener un pueblo donde poder volver pase el tiempo que pase. Tengo un amigo auténticamente madrileño y al pobre le da mucha envidia (sana) esto de no tener un pueblo paterno o materno al que ir.

Y también me ha gustado mucho esa personificación capciosa que le has dado al pueblo y el pueblo tiene razón, la vida es simple y por lo general nos rodeamos de más cosas de las que realmente necesitamos. Pero yo no sé si podría vivir sin ruido y sin el anonimato que da la multitud.

Me gusta la ciudad y me gusta el pueblo... éste último, como tú dices, de momento en pequeñas dósis :)

Atlantida dijo...

10 0 12 años, uffff!!!! Si tardo eso en volver a mi pueblo a mi madre le da algo!!!!
Sé que no es demasiado, antes vivía más cerca e iba una vez cada dos semanas, ahora pasan meses, cada vez más (supongo que irá en aumento con el tiempo, no lo sé).
Mientras mayor es el tiempo que paso sin ir, mayor es mi sensación de distancia.

Pipilota dijo...

La sensación de distacia se me pasó a las pocas horas de llegar, pero cuando se me planteó pasar allí las vacaciones de verano, los años se me echaron todos encima de golpe y llegué a la conclusión de que yo allí ya no pintaba nada. Fue una de esas noches de negrura y fantasmas, una noche horrible.

En Agosto tengo una boda y tengo que volver, pero eso es otra cosa, voy con un fin y un propósito claro. jeje

Anónimo dijo...

suena horrible,aunque te entiendo porque vivo en un pueblo en el yo llamo "plato gigante de tv" y nosotros los habitantes "sus frikis" porque se pasan el santo dia hablando unos de otros sin parar, claro que yo he tomado por cojerme para mi la filosofia de la pantoja "camina, no conestes y dientes dientes..."
aunque tb he de decirte que suena al sitio ideal para perderte y que nadie se pa donde estas.

Atlantida dijo...

Hero, en realidad no es horrible, depende de lo que busques. Es evidente que allí no tendrás decenas de conciertos, teatro, cine, restaurantes, copas cualquier día, a cualquier hora ... pero tienes otras cosas, cosas que la ciudad no ofrece. Lo que ocurre es que desear vivir allí, depende del momento personal de cada uno, y el mío no se encuentra ahora en ese punto. Aunque insisto, los pueblos, al menos el mío, tienen algo que te atrapa. Si como dice Pipilota pasas de ir unos días de visita a pasar allí unas vacaciones, unos 15 días, el resultado es horrible, lo detestas, quieres marcharte ... pero si esos 15 días se transforman en un par de meses porque no tengas más remedio que estar allí, su calma te atrapa e incluso no te parece tan mala idea el hecho de que tuvieras que vivir allí, una especie de anestesia vital, cosas que tienen los pueblos.

La.churri dijo...

Yo no tuve un "pueblo" donde me crié, por que soy de ciudad, ciudad...pero sí que recuerdo con mucho cariño el pueblo donde pasábamos los fines de semana y los veranos cuando era pequeña...
Hace un año regresé y es acojonante la cantidad de recuerdos que pueden llegar a tu mente en un solo minuto...la ilusión que sientes cuan pasas por lugares por los que pasaste con 5 años...aprendiendo a montar en bici...
Pero, con todo y con eso...creo que sigo siendo una chica de ciudad, que se conforma con fines de semana en el pueblo...
Un besazo!!!