viernes, 20 de julio de 2007

El síndrome de Sthendal



El síndrome de Sthendal es una enfermedad ( a mi no me gusta llamarla así ya que tengo asociado a enfermedad un proceso más doloroso, duradero… casi crónico; preferiría llamarlo… síndrome, bueno así ya se llama, o quizá proceso. Eso es proceso) psicosomática con unos síntomas muy característicos: Aumento del ritmo cardiaco, vértigo, confusión e incluso en ocasiones alucinaciones, que se produce ante la visión de una obra de arte de una belleza suprema, ya sean obras pictóricas, esculturales, arquitectónicas…
Este fenómeno es conocido así ya que lo sufrió el propio Sthendal en una visita a Florencia, cuando pudo contemplar con sus propios ojos la belleza de La Basílica de Santa Cruz, aunque no es conocido como síndrome hasta 1979, cuando la psiquiatra italiana Graziella Magherini descubrió que se habían producido casos similares en turistas que contemplaban las diversas fuentes de belleza florentinas.
Yo no soy consciente de haber sido sacudida alguna vez por tan romántico síndrome, ya que soy bastante dada a quedarme horas embelesada contemplando la belleza de los sitios que visito. Aún cuando no esté de visita en ningún sitio singular, mi cabeza suele perderse entre las mesas de la terraza en la que me encuentro sentada, enfrascada en alguna conversación con los amigos. De pronto, mis labios callan concediéndoles una tregua a las otras bocas, ávidas de conversación, y mis ojos pululan por entre las gentes, las copas de vino vacías y los balcones oxidados que nos rodean, comenzando un baile de embelesamiento y calma que me hace querer participar de todo lo que está a mi alrededor y curiosear entre la sonrisa del guaperas de la mesa de al lado y el movimiento de manos agitado y mareante de la camarera del bar. Así que, a pesar de que me considero bastante fácil en cuanto a quedarme atrapada en los momentos y perder la perspectiva del tiempo observando según que cosas, no creo que haya sido víctima de tal síndrome por el momento, cosa que he de reconocer que me encantaría que ocurriera. La sensación más parecida a este la viví este invierno en una excursión de fin de semana donde íbamos dispuestos a conocer todo lo que Toledo fuera capaz de ofrecernos. Paseando por su catedral y prestando atención a esto y aquello de pronto me sorprendí levantando la mirada y contemplando, con el sol de invierno en pleno apogeo de luz y todo lo alto que las nubes le permitieron asomarse, en todo su esplendor, El Transparente de dicha catedral. Recuerdo que me sorprendió, y hasta llegó a costarme contener las lágrimas, la magia con que la luz lo envolvía todo haciéndome creer por un momento que levitaría y sería absorbida por el agujero que se abría en el techo y que representaba “la puerta al cielo”, tras la cual se supone que se encontraba el trono de Dios. Por supuesto, una agnóstica reconocida como yo, no se deja llevar por trucos de magia imaginativos que me hagan dudar de mi razonada, durante años, postura. Pero sí que me dejó atrapada durante unos segundos la sorpresa de su belleza y lo simbólico de su significado, que para los seguidores de la fe de siglos anteriores debió ser un auténtico shock, una increíble autopista hacia el cielo que quedaba, a pesar de estar a la vista de todos, demasiado lejos de sus pies.
El fenómeno antes descrito, sin serlo, es lo más cerca que había estado del Síndrome de Sthendal, y a la espera de que este me sorprendiera el día que, como él, haga mi deseada visita a Florencia. Pero la vida es un campo de minas plagado de sorpresas. Hace una par de días estuve con unos amigos argentinos de visita en Córdoba donde, a pesar de sus más de cuarenta grados a la sombra, estaba dispuesta a enseñarles todo lo que esa maravillosa ciudad guarda en sí y que a mi me había enamorado desde la primera vez que la vi. El paseo estaba resultando como yo esperaba: bocas abiertas, muchas fotos, sudor congelado por las maravillosas calles de la judería… Fue entonces cuando, después de beber de la refrescante agua de la fuente del patio de los naranjos, justo frente a la Puerta del Perdón, nos dispusimos a entrar en la Mezquita, que por más que el Obispado y el mismísimo Papa se empeñen en llamarla la Santa Madre Iglesia Catedral, para mi siempre será La Mezquita. Y de la manera más tonta, como no podía ser de otra manera sino observando y viéndolo en carnes ajenas, llegó el famoso Síndrome de Sthendal a visitar a Gloria, mi afortunada amiga argentina. De pronto, entró a La Mezquita casi más pendiente de guardar la entrada en el bolso que de lo que se habría a su paso, levantó la mirada… y se la encontró. Diáfana, mágica, engalanada con arcos unos tras otros que la vista no acierta a saber si cuelgan del techo o salen de la mismísima tierra pues, son tantos y tan bien dispuestos, que la vista se pierde entre ellos y da vértigo solo el querer abarcarlos todos.
Sus manos tapaban su boca, abierta sin duda tras los dedos, las lágrimas caían de sus ojos y respirar, más que un acto involuntario, se convirtió en una ardua tarea en la que debía concentrarse para no caer desmayada. La energía de siglos de belleza y palabras susurradas, cayeron sobre sus hombros doblando sus rodillas y buscando a cada paso un nuevo sitio donde sentarse.
No sé si fue el espíritu de Sthendal o su propio síndrome lo que le visitó aquel día, pero ella disfrutó de su mal como quien quema adrenalina a destajo y no soporta ya las cosquillas en su barriga. Ella disfruto de una belleza cargada de siglos e historias y con ella nos hizo disfrutar a todos. Ya he visto lo que se siente y me pareció maravilloso, ahora espero sentirlo yo… un día de estos.

3 comentarios:

Pipilota dijo...

Veo que tú también eres un poco de Babia... eso me parece magnífico :)

La mezquita de Córdoba es alucinante, yo lo recuerdo como un sitio mágico, además esa mezcla que hay con el culto cristiano es cuanto menos curiosa. No llegué a sentir el síndrome de Sthendal,la verdad es nunca lo he sentido ante nada de momento pero coincido contigo en que debe de ser algo increíble.

Has descrito El Trasparente de la Catedral de Toledo de tal modo que me han entrado ganas de ir inmediatamente a buscarla. Me lo apuntaré para cuando pueda hacer excursiones de nuevo.

david dijo...

¡A mí me pasó exactamente (o sea algo parecido) lo mismo en la catedral de Toledo!

Solo que como yo no soy agnóstico sino ateo la cosa fue más exagerada, yo estaba ahí debajo mirando para arriba, y era un día de nubes y claros. Y cuando yo me acerqué estaba nublado y según estaba ahí mirando para arriba la nube se quitó y zas.

Si contra todo pronóstico estoy equivocado y existe un dios y ese es el de los cristianos entonces el tío capullo me dio las largas aquel día.

Es preciosa esa catedral. Solo que ahora cobran 6 euros por la entrada, así que las últimas veces que he ido me he quedado con las ganas de hacerla fotos por dentro.

Atlantida dijo...

Hola Pipilota, ya veo que no soy la única que está deseando ser atacada por dico síndrome, con respecto lo ser un poco Babia, es ciero, que le voy a hacer? jeje
David, creo que el transparente es de esas maravillas que, haya Dios o no, te hacen tocar un poco el cielo, me ha encantado lo las largas. Así puedes decir, literalmente, que quedaste deslumbrado.